17 ago 2011

Agosto, frío en el rostro... y en la vida

El refranero es sabio, o eso dicen. En realidad es producto de la sabiduría popular, esa que dicen se ha ido creando en base a la experiencia que da la realidad de la vida.Así dicho y si reflexionamos un poco no deja de ser pura estadística. ¿no?. Uf, cómo odio la estadística. Siempre seré un rebelde frente a la mayoría estadística y un defensor a ultranza de la identidad singular y diferente, porque creo que eso es lo que nos hace diferentes e imprevisibles, y por tanto interesantes.

En fin. Lo que sí es cierto, es que el refranero refleja lo que la vida ha ido enseñando por la repetición histórica de los hechos. Y lo que es una realidad es que cuando se concentran las vacaciones de la gente en un mes, el de agosto, que cierra el buen tiempo estival, parece que el mundo se duerme y entra en una etapa de letargo inconsciente.

Me gusta esa sensación de limbo estival, porque parece que se respira más aire, que se mastican los minutos y la mente se libera para pensar que estamos vivos y existimos. Pero al mismo tiempo provoca una cierta sensación de depresión, al menos a los que, como es mi caso, tenemos tendencia a sentirnos decepcionados con la vida y en cierto modo saca pecho nuestro espíritu decadente.

El silencio se agradece, pero perturba. Esa mezcla de vacío, roto por el rugido del mar, tendido sobre ese desierto atemporal que es la playa para mí, aflora sentimientos torpemente escondidos por la necesidad y el paso del tiempo. Esa nostalgia indefinida y sin otra causa que la misma existencia aturde los sentidos ya débiles por el mismo calor puntual.

Me gusta esa sensación, siempre me ha gustado. Sensación de derrota calmada y asumida ante una realidad desconocida, pero llena de hastío y penumbra. Es la dulce amargura del silencio y la nada, que arrastra como un imán imaginario hacia la autodestrucción injustificada.

Creo que todos entramos en cierta fase de letargo en nuestra vida, tanto personal como laboral, en agosto. Es como echar el aire fuera y sentir nostalgia de un pasado insatisfecho que nos hace sentir levemente esas sensaciones nunca olvidadas. Cuando nos damos cuenta volvemos a tomar aire y a olvidar esta nada temporal y ese pasado vuelve a enterrarse en el subconsciente, bien atado, para no desatar la fascinación de autodestruirse.

Ánimo. Este tiempo improductivo no es tal. Creo que es necesario para oxigenar el cerebro y sentir que la vida puede tener sentido, o al menos queremos creer que así sea. Amen.


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